Es común que los vinos se sirvan para acompañar las comidas, ya que es considerado una bebida que estimula el apetito y desinhibe, lo que contribuye al placer y bienestar de los comensales y por sus características enriquecen la variedad de sabores.

La alianza que se establece entre un vino y un alimento, producen una gama de sensaciones inolvidables y es lo que se conoce como maridaje. El conseguir un buen maridaje entre vinos y alimentos no es tarea fácil dado los diferentes matices y variantes que pueden existir entre estos dos elementos.

No existen reglas fijas para determinar qué combinación de vino y alimentos es la más apropiada. El maridaje estará sujeto a la apreciación subjetiva del que degusta, que será la que mandará a la hora de valorar esta relación armónica de un vino con los alimentos; sin embargo existen principios para ayudar a conocer las mejores combinaciones.

Existen tres principios fundamentales al escoger el vino a la hora de un buen maridaje, basados en la historia y costumbres: color, densidad y aroma.

  • El color del vino es muy importante en el maridaje, ya que por regla tradicional el vino blanco combina con los pescados y el vino tinto con las carnes y esto se debe a que los alimentos con sabores fuertes como los que provienen de la caza, pueden ocultar o aniquilar el sabor del vino blanco. Por otra parte, un vino tinto, que es más tánico por lo general, le puede dar al pescado y a los mariscos un sabor metálico.
  • La densidad del vino que viene dada por la graduación alcohólica y la concentración aromática, deben acompañar el sabor de un plato. Así, los alimentos delicados irán mejor con vinos sutiles, mientras que los alimentos fuertes requieren vinos más potentes.
  • El aroma de los vinos debe igualmente contrastar con la comida, debe ser armónico como por ejemplo un vino blanco con matices de limón es ideal para acompañar pescado a la parrilla o frito; sin embargo, siempre es mejor la armonía.

El vino blanco es una opción excelente con los aperitivos, principalmente los ligeros, sin elaboraciones complejas y con bajo grado de alcohol. Un buen vino blanco y seco se suele tomar frio y en pequeñas cantidades para que el paladar se concentre en los platos que vendrán a continuación. Pero también pueden ser vinos espumosos o vinos de Jerez como los finos y manzanillas.

Los vinos blancos espumosos armonizan muy bien como aperitivo para sabores dulces y para acompañar productos crudos del mar, ostras, almejas, vieiras y toda clase de mariscos. Esto se debe a la acidez de estos vinos que corrigen los posibles excesos de sal y azúcar, equilibrando su degustación. Los vinos de Jerez por su parte, son ideales para acompañar al jamón, embutidos grasos y frutos secos, ya que estos vinos se caracterizan por sus sabores amargos y ligeramente salados como el de la manzanilla.

Después del aperitivo entraremos en  el maridaje del vino blanco con las comidas, en la cual dada la variedad de platos y diversidad de vinos hace un poco difícil establecer las mejores alianzas. En estos casos es tan importante el gusto personal como las características de los platos y sus componentes, así como las cualidades de los vinos que queremos acompañen la comida, siempre dando preferencia al carácter del vino.

A continuación se indican algunas sugerencias, agrupando los alimentos:

  • Con mariscos, crustáceos, gambas, langostinos, navajas, etc., son esenciales los vinos blancos secos y muy secos que resultan excelente combinación para los sabores yodados y salados. Los mejillones al vapor van mejor con vinos blancos un poco más ácidos y aromáticos.
  • Con los pescados, es importante considerar el tipo en función de su grasa (salmón o sardina) y su textura (rape, atún o bacalao). Generalmente para pescados con mayor grasa o consistencia se recomiendan vinos blancos con mucho carácter, con larga crianza en barrica. También hay que considerar la manera como han preparado el pescado, si ha sido braseado a la plancha u horneado, si le han agregado aliños, salsas u otros condimentos que modifiquen su sabor natural.
  • Con las aves y carnes blancas, les va muy bien el vino blanco de buen cuerpo y acidez moderada, principalmente cuando las carnes son estofadas o en rellenos, mientras que si la preparación de las carnes es de más condimentos, seguro requerirá de un vino blanco muy potente y con buena acidez. Si se trata de carnes frías como el rosbif o el carpaccio un vino blanco seco le vendría muy bien.
  • Con las verduras, es un maridaje complicado por la variedad que existe y las distintas maneras de prepararlas. Por ejemplo, para una crema de verduras como un primer plato, podrá ser maridada con un vino blanco fresco y seco, evitando los frutales dulces o los que den demasiada acidez.
  • Con los quesos, no resulta tan fácil el maridaje, pero sin embargo es una experiencia inolvidable el conseguir la perfecta armonía. Los vinos blancos fermentados en barrica se aconsejan con quesos de corteza lavada y algo salina, con acidez punzante, suavemente picantes como el Mahón añejo muy curado, los gallegos como el San Simón, el gouda holandés y el Comte francés. También hacen un buen maridaje con el tronchón del maestrazgo curado y de mezcla, el parmesano o el Sbrinz suizo añejo. Los vinos blancos con cierto cuerpo y servidos fríos, con su justa acidez, pueden acompañar al Tete de moine y reblochon franceses,  los de la Garrotxa catalanes, el Idiazábal sin ahumar de oveja, las tortas del Casar o de la Serena, el Tou deis Tillersde vaca o el Nevat de cabra. El espumoso blanco muy seco o seco es un excelente aliado del Manchego curado, el Roncal, el Zamorano viejo, el Camembert, el Boursalt francés, el Gorgonzola italiano, el Pont I’eveque francés o el Rubbiola italiano.
  • Con arroces y paellas, maridan muy ben los vinos blancos ligeros y secos, con aromas frutales pero no dulces, jóvenes y agiles en la boca, que ayudan a que el sabor del arroz se potencie.
  • Con ensaladas, por el toque de frescor que aportan maridan los vinos blancos afrutados pero sin toques dulces o un vino joven con un toque de acidez para algunas ensaladas.
  • Con los postres, se suelen escoger vinos blancos de mayor o menor dulzura, buscando el contraste y el equilibrio con el paladar. Los vinos blancos dulces van desde los espumosos semidulces al dulce. Si el postre incluye fruta, sin almíbar, un vino blanco abocado y muy aromático es el ideal.

Resulta interesante recordar:

  • Los vinos blancos en base a su crianza los podemos clasificar en jóvenes (vinos del año) y con crianza (sobre sus lías o en barricas). Los jóvenes son más frescos, rápidos en boca y fluidos. Los de crianza son vinos con una complejidad especial que depende de cómo haya sido su crianza. Sin embargo existe una gran variedad de vinos blancos como los: aromáticos, secos (ligeros, medio cuerpo o con cuerpo), toque de dulzor (mínimo, semidulces o dulces), entre otros.
  • En verano disfrutar de un vino blanco, fresco y afrutado es un deleite, mientras que en invierno se prefiere el calor de un vino blanco con más carácter.
  • Los vinos blancos jóvenes suelen acompañarse de pescados, mariscos y aves, así como de quesos frescos, ensaladas y algunas mousses.
  • Los vinos blancos fermentados en sus lías o en barricas, se pueden tomar acompañados de quesos curados, ahumados, verduras, carnes blancas y algunos tipos de arroces.
  • Al decir que los vinos blancos son más frescos y fáciles de beber que los tintos, no es totalmente cierto, sería como simplificar mucho. Hay vinos blancos complejos y estructurados que a la hora de maridar le quitan el protagonismo a muchos platos. Es por ello que la creencia en parte es verdad pero no del todo.